Samuel Langhorne Clemens (1835-1910) fue, además de escritor, cajista, tipógrafo, piloto de barcos fluviales, buscador de oro y plata, conferenciante y periodista. Precisamente uno de los seudónimos que utilizó en este último oficio fue el nombre con el que pasaría a la posteridad: Mark Twain. Su carrera como escritor de éxito empezó a germinar en San Francisco, ya que su primer libro La rana saltarina del distrito de Calaveras (1865), un conjunto de breves relatos humorísticos, alcanzó un notable volumen de ventas. Continuó con Inocentes en el extranjero (1869), una serie de crónicas escritas en un crucero por el Mediterráneo. Twain vivió casi siempre agobiado por las deudas, que iba pagando gracias a la publicación de sus libros y a las conferencias que impartía por doquier. Su etapa más prolífica como escritor se produjo a partir de 1872, en Connecticut, periodo en el que verían la luz sus mejores y más famosas obras, tanto de ficción como biográficas. A este período pertenecen, entre otras, las novelas Las aventuras de Tom Sawyer (1876), El príncipe y el mendigo (1882), Las aventuras de Huckleberry Finn (1884), Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889) y Un conde americano (1892); además de algunos libros en que narraba sus experiencias personales: A Tramp Abroad (1880), Life on the Mississippi (1883) y, más tardíamente, Viaje a través del mundo, siguiendo el Ecuador (1897). Sus obras fueron elogiadas, sobre todo, por su humor, a veces feroz, a veces tierno, por su frescura a la hora de describir situaciones y escenarios y de crear personajes más complejos y contradictorios de lo que aparentan, y por su lenguaje vivo y cercano a la lengua oral. Las historias ambientadas en la cuenca del Misisipi y en zonas donde pasó su infancia y adolescencia trascendieron su genuino sabor local para hacerse universales.