Esta obra aborda la existencia entre las colectividades de inmigrantes vascos en América de símbolos comunes previos y alternativos a la Ikurriña. Pone especial énfasis en la difusión de un hasta ahora casi desconocido primer modelo de bandera vasco-navarra en Argentina, Uruguay y Cuba, así como en los motivos por los que, tras su temprano éxito en la diáspora, este emblema comenzó a perder fuelle. Tras varios intentos de crear en América modelos autóctonos de bandera vasca (basados en símbolos previamente implantados, como el árbol de Gernika, o en diseños que hoy llaman la atención por su originalidad respecto a la tradición emblemática vasca, (como el de Florencio Basaldua), describe finalmente el proceso que llevó a la definitiva implantación de la bicrucífera.