«Salvador Dalí, supremo déspota que rompe con todo, pisoteando cuantas leyes divinas y humanas existen, capaz de montar un concurso de hípica en un escaparate de la 5ª Avenida de Nueva York, arrestado por la policía, y al que se puede, repito, situar entre el Dalí poseído por un delirio furiosamente dionisíaco y el Dalí ávido de dólares (Avidadollars), sereno, apolíneo, católico, apostólico y romano, jesuíticamente gastronómico, monárquico (y partidario de la monarquía), respetuoso tanto de las estructuras blandas y legítimas como de la genética regia del ácido desoxirribonucleico, o de las arquitecturas no menos regias de la estética legítima...»