«Nunca es tarde para el amor», dice en más de una ocasión, a lo largo del relato la condesa de Hogarth. «Nunca es tarde para la muerte», pronuncia en su trascendental y última situación la joven y bella aristócrata. Enmarcada en una rancia ciudad de provincia en las postrimerías del siglo XIX, el relato describe el proceso de enamoramiento que padece un oscuro profesor de Lengua y Literatura por una brillante aristócrata, en la que por una serie de extrañas peripecias cree encontrar una sospechosa ambigüedad. El lento, pero creciente curso de idealización que el amor va fraguando en el despechado amante, le lleva a una situación límite en la que se le desdibujan las fronteras del bien y del mal, lo que le hace llegar hasta un crimen absurdo e inútil. Situación que no le hace perder totalmente el juicio práctico: si bien sabe la imposibilidad de su amor, también está convencido de que sin ese amor, su vida carecerá de sentido.