AMARGO, PABLO / DIAZ TAMARGO, PABLO
En este libro hay gatos. Son negros, flexibles y están en estado de asombro permanente. En este libro también hay habitaciones. Son habitaciones después de una mudanza, como si alguien hubiera entrado y se lo hubiera llevado todo. Habitaciones que salen de otras habitaciones y así sucesivamente.
No son amenazantes, algunas tienen ventanas al exterior y las puertas siempre están abiertas. Son las mismas habitaciones vacías con las que suelo soñar desde hace algún tiempo. También hay edificios, árboles en otoño y algún que otro puente. Sobre todo, hay perspectivas, pero planas. Es decir, perspectivas que se contradicen a sí mismas porque son incapaces de entender la profundidad.
En un momento como el actual, donde todo es volumen, profundidad, espacio y 3D, elijo sin dudarlo las dos dimensiones: el alto y el ancho de un papel. Admito que me impacta la arquitectura contemporánea, los edificios art déco, el brutalismo o las estaciones de trenes italianas. No puedo dejar de admirar los jardines botánicos victorianos, la ingeniería de Eiffel o las avenidas enladrilladas de antiguas fábricas inglesas. Me dejan impresionado Bernini y las esculturas de Chillida, con sus ángulos de 89° o de 91°. Claro que aprecio estas obras tridimensionales, pero, cuando estoy delante del papel, dibujando, venero por inalcanzables los relieves egipcios o los beatos románicos. Toda mi carrera consiste en la reivindicación de las dos dimensiones y también en el continuo fracaso por lograrlo.
Este libro, sin embargo, no es un libro sobre perspectivas, tampoco sobre gatos, puentes o habitaciones. Ni un libro de humor. No se puede encontrar aquí una historia o un mensaje. Cansados de ser cautivos de las pasiones, algunos buscan liberarse acudiendo a los maestros zen, que comienzan por anular el pensamiento racional mediante retos intelectuales imposibles. Este es un libro de setenta ilustraciones como setenta köanes. Algo así como setenta adivinanzas que no tienen otra solución más que la propia adivinanza. O, como decía Nabokov, «enigmas con soluciones elegantes».