Si, por un imprevisto de la historia, el patrimonio de la cultura espiritual universal debiese perecer entre las ruinas causadas por las mil y una devastaciones de los hombres, bastaría con salvar esta «Primera colección» de los escritos del monje solitario Isaac de Qatar para poder reconstruir la entraña de lo humano.
Isaac de Nínive vivió en el siglo VII. Fue obispo dimisionario de Nínive y su fama se extendió por todas las iglesias del Oriente cristiano. El misterio de su figura solo comienza a esclarecerse cuando se descubre en su soledad habitada por la Palabra la fuente desbordante de su fecundidad.
De las cinco colecciones de escritos que la tradición atribuye a Isaac, tan solo se conservan tres. En la «Primera» predomina el tema ascético del combate cristiano. La «Segunda» ofrece una progresiva iniciación a la oración por medio de la mística de la cruz. La «Tercera» despliega el marco teológico, cristológico y sacramental que sustenta su concepción de la vida espiritual.
Por primera vez en castellano, dispone el lector de los ochenta y dos discursos que integran la «Primera colección», donde se presentan los fundamentos perennes de la vida según el Espíritu. Isaac ve en el asceta solitario un modelo que todo bautizado puede seguir para hacerse como su maestro Jesucristo en medio de este mundo errático y unificar el propio ser. Es así como comienza su primer discurso: el «principio de lo que hay más excelente es el temor del Señor, que, engendrado por la fe, recoge al hombre de su estado de dispersión». Temor de Dios que se completa al final de la obra con la práctica de la humildad para llegar a la auténtica perfección, que consiste en alcanzar la estatura humana cumplida.
Isaac de Nínive nació en la región de Beit Qatraye (actual Qatar), a orillas del Golfo Pérsico, en el siglo VII. Monje y autor espiritual, fue consagrado obispo de Nínive (actual Iraq), pero a los cinco meses dimitió y regresó a la vida eremítica. Se quedó prácticamente ciego debido a la austeridad de su vida y al intenso estudio de las Sagradas Escrituras, y murió a edad avanzada. A Isaac se le reconoció muy pronto una autoridad indiscutida como maestro de la vida ascética