GIL SOMOZA, TAMARA / PAGANO, EMMANUELLE
No se podía hablar de mi vecina, ni siquiera a sus espaldas. Tampoco se podía hablar con ella. No había pedido permiso para quedarse embarazada. Además, hacía muchas otras cosas sin autorización. Creo que saltaba por encima del portón, cuando todavía no le dejaban tener su propia llave. Yo no, pero me escondía para escribir, porque no estaba muy segura de que eso estuviera permitido. Yo miraba al hijo de mi vecina, todo torcido en su cochecito, con las órbitas llenas de sol, y me preguntaba qué prohibición le impedía moverse, ver, oír, hablar, levantar una mano para limpiarse la boca. Miraba a su madre y la admiraba a escondidas. La admiraba por haber hecho eso, un crío prohibido que babeaba y encajaba todo el cielo en sus ojos. He escrito esta historia sin permiso, ni siquiera el de él, ni siquiera el de su madre, sólo para decir con retraso qué guapo tu hijo, al cruzar el patio antes de abrir el portón.