Entre los débiles muros de las cabañas, durante horas y horas, Gosso había transmitido a los niños, a través de la palabra, las maravillas históricas nacidas en la época en que el Espíritu de la Tierra vivía entre los hombres. La leyenda era de todos, pero nadie sabía decirla como 1a voz de Gosso. Con él desapareció la memoria. Los animales ya no hablaban con las palabras de los hombres, ninguna muchacha volvería a nacer del huevo del avestruz, ni los pájaros darían leche, ni habría árboles benefactores. Por eso lloraban los niños, porque, de pronto, habían perdido la leyenda y la inocencia, esparcidas una vez por Gosso, al anochecer, en torno a la magia, en El círculo de la choza.