«Soy Leire Altuna, vivo en el faro de la Plata. La he encontrado. Está muerta». Una tarde de otoño, el cuerpo de una mujer aparece a los pies de la torre de luz de un remoto faro de la costa vasca. Leire, la escritora bilbaína que ha encontrado el cadáver, se convierte en la principal sospechosa. Desesperada, se verá obligada a iniciar una investigación que sacará a la luz intrigas familiares y conspiraciones económicas. Sus pasos no tardarán en desvelarle que está ante un imitador del Sacamantecas, el brutal asesino en serie que aterrorizó Vitoria en el siglo xix. Con personajes caracterizados con esmero y una fascinante ambientación, Ibon Martín mantiene al lector en vilo hasta la última página de una escalofriante historia que deja al descubierto las debilidades del alma humana.
La carrera literaria de Ibon Martín (Donostia, 1976) no empezó en la novela sino en la literatura de viajes. Enamorado del paisaje y la geografía vasca, recorrió durante años todas las sendas de Euskadi y, poco después de terminar sus estudios de periodismo, puso en marcha un proyecto personal en el que recogió más de trescientas rutas que reunió en diversas guías. Sus itinerarios no se limitaban a contar la belleza natural de una hermosa tierra sino que en sus textos latía el deseo de devolver a la vida los vestigios históricos y mitológicos que sus pasos descubrían.
El nacimiento de su primera novela, El valle sin nombre, se produjo de manera natural como modo de mantener ese cordón umbilical con sus raíces. Tras ella llegó la serie de cuatro libros inspirados por el thriller nórdico «Los crímenes del faro», compuesta por las novelas El faro del silencio, La fábrica de las sombras, El último akelarre y La jaula de sal, que se convirtieron en un éxito rotundo.
El paisaje continúa siendo uno de los protagonistas indiscutibles en su último trabajo, La danza de los tulipanes, novela que supone la consagración definitiva de un autor que se revela como un narrador excepcional de thriller donde atmósfera, investigación policial y conflictos emocionales se entrelazan con precisión en un final perfecto.