Uno de los indicadores más patentes de la profunda transformación que se está produciendo en la experiencia de lo religioso es la crisis a que se ve sometida la vida religiosa tradicional. La cantidad de mujeres y hombres que han abandonado las congregaciones y órdenes religiosas, y la creciente falta de vocaciones, anuncian que el modelo actual de vida religiosa ha cumplido su plazo y es probable que no tenga continuidad por mucho tiempo. ¿Por qué se ha llegado a esta situación?
La vida religiosa nació en la segunda mitad del siglo III y tuvo su primera gran expansión en el siglo IV. Aquellos primeros religiosos no quisieron hacer apostolado, ni pretendieron cambiar la Iglesia o modificar la sociedad. No les preocupó lo que debían hacer, sino lo que tenían que ser. Al huir de las ciudades y de la convivencia social, lo que pretendieron fue desarraigarse del sistema (económico, político, legal, administrativo, social y hasta familiar) dominante en su tiempo para ofrecer un modelo alternativo de ser. Y vivir en libertad. Hoy, sin embargo, hay que hacerse esta pregunta: ¿puede aportar algo verdaderamente eficaz, para modificar el sistema injusto y violento en que vivimos, una institución y unas personas que viven integradas en ese sistema?
Los motivos originantes de la crisis actual están presentes ya desde el comienzo en la vida religiosa: la pretensión de vivir una 'vida de ángeles', más perfecta que la de los demás; una imagen de Dios ajena al Dios que se revela en el Evangelio; y, sobre todo, el puritanismo que desencadena la más cruel violencia interior que sufren los seres humanos. Hoy vemos que una vida así no puede integrarse en nuestra cultura: no tiene poder de convocatoria ni aporta lo que más necesita el mundo del siglo XXI.
José María Castillo (Granada, 1929) es jesuita. Doctor en teología por la Universidad Gragoriana de Roma, actualmente enseña en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas", de El Salvador.