El espíritu del educador es su principal activo para su tarea. Su interioridad concentra el núcleo vital de todo su trabajo. Las decisiones políticas, el desarrollo de los programas, las orientaciones didácticas, todas ellas valiosas e importantes, no son eficaces ni transforman la enseñanza si no se acompañan de un continuo desarrollo interior personal. La buena educación transforma a las personas, las humaniza. Y en ese proceso la figura del maestro es fundamental, no solo por sus conocimientos o pericia técnica, sino sobre todo por la riqueza interior de todo su ser. Por eso, el educador es testigo de esperanza, de verdad y de justicia y está lleno de coraje ético desde su autoridad (que no poder). confía y se confía a sus alumnos y dialoga con ellos. con una pedagogía de la compasión les ayuda a aprender, a hacer y a madurar, a mejorar, e una palabra. Y todo ello, no solo como individuos sino como ciudadanos
Gustavo J. Magdalena es argentino, educador y laico cristiano.