MARTÍNEZ-VAL, JUAN / TEBAR, MAE (Ilustración)
A medida que se acerca el centenario del fallecimiento de Franz Kafka, las pocas páginas que publicó en vida aparecen como chispas queprovocaron un gran incendio. Pero no un fuego destructivo; más bienuna pura y alta llamarada que aún ilumina como un faro el cenicientopaisaje que se extiende a nuestro alrededor. En Hijos del naufragio,la figura de Franz Kafka proyecta su larga luminiscencia en el cerrado mundo de una nave de guerra, el famoso acorazado Potemkin, y en unentorno político tan maloliente como el soviético, cuando Stalin yTrotski pugnaban por alzarse con el poder. Varias decenas depersonajes, teóricamente invitados por el gobierno soviético a eseimprobable crucero, son proyectadas hasta nosotros desde la vida realde la época, o arrancados de obras literarias que entonces seescribieron, o caen de nuestros actuales anhelos y carencias,conviviendo de manera enérgica para configurar una larga cadena desucesos, que en realidad son símbolos perturbadores. Poco a poco,estas gentes, estos navegantes de la vida, a los que impulsan fuerzasmuy similares a las que hoy nos arrastran, en el agotamiento estéril