Hace veinte años Antonio Méndez Rubio recuperaba como cita un verso original de Federico García Lorca, ya utilizado por Blas de Otero, que podría resumir su poética: "pero yo no he venido a ver el cielo". Desde ahí se constituye esta escritura que va avanzando como una respiración anónima, como la unión casi informe de voces audibles sólo en el poema. Historia del cielo remite entonces a Frankenstein: da señas de su excepcional condición, la condición de un cuerpo quebrado que vive de la incomprensión y de una inocencia surgida del daño. Es fácil recordar aquí las palabras de Mary Shelley cuando su criatura siente que "las estrellan brillan en el cielo, como burlándose". Ese cielo siempre está abierto. Y las lecturas, en fin, de Ignacio Escuín Borao, Alberto García Teresa y Pablo López Carballo abren todavía más el sentido del libro, convirtiendo al lector en un autor-actor imprescindible.
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