A nadie dejó indiferente en su tiempo y aun después, hasta hoy, la obra y la personalidad del altoaragonés Joaquín Costa (1846-1911). Vivió con apasionamiento y responsabilidad, que admiraron a un joven llamado José Ortega y Gasset, el Desastre de 1898, el que determinó el final de todas las ensoñaciones imperiales de España y el que provocó al mismo tiempo, en una sintonía en absoluto casual, la aparición de los movimientos nacionalistas en sus regiones más favorecidas por la revolución industrial. Costa, como nacionalista español, se dio cuenta antes que nadie de que al Estado con las fronteras más estables de Europa, y aun del mundo en toda la historia, le faltaba cohesión y un ideal colectivo para salir adelante. En buscar ambos consistió el movimiento regeneracionista del cambio de siglo XIX al XX, que Costa representó como uno de sus principales integrantes, junto con Rafael Altamira y muy pocos más.