Cuando la muerte aparece en el horizonte, la vulnerabilidad del ser humano se hace tangible. Esta realidad la experimenta de manera especial el moribundo, pero también los familiares, amigos y profesionales sanitarios que lo acompañan.
En los debates de todo tipo sobre la forma de abordar el final de la vida, se hace preciso un marco de reflexión que distinga entre la muerte (Tod) como hecho y el morir (Sterben) como proceso de la vida. Es justamente aquí donde surgen las preguntas por el destino tras la muerte, así como sobre la corporalidad, la fragmentariedad y el sufrimiento.
Tradicionalmente, se ha considerado a la muerte como la gran igualadora de los seres humanos. Sin embargo, cuando se la contempla desde cada individuo, se descubre su múltiple variedad por las circunstancias que la rodean y las vivencia no pueden intercambiarse. Así, nada tiene que ver el morir experimentado (Erfahrung) y el morir sobrevenido (Widerfahrung); en nada se parece el proceso de una enfermedad terminal, que se prolonga en el tiempo y comporta una lucha entre la vida y la muerte, al desenlace «natural» de quien ha llegado a la vejez, o a la muerte repentina causada por un accidente.
Al considerar la vulnerabilidad como categoría central de la antropología realista, se toma conciencia de que la existencia de cada ser humano es precaria, frágil y pasiva, pero también que puede alcanzar auténtico sentido cuando permanece abierta a la esperanza.