«A diferencia de la mayoría de los filósofos, Derrida nunca quiso "crear escuela" ni, por consiguiente, tener "discípulos" como tales. Sí reconoce, sin embargo, en una de sus últimas entrevistas, que cuenta con una serie de lectores, pertenecientes a lenguas y culturas muy diferentes, vinculados por lo que describe como una suerte de afinidad o de destino «casi clandestino» en torno a una referencia común a su pensamiento y a sus textos, junto con cierta actitud de resistencia frente a la cultura dominante. [...] La cuestión de la herencia nunca ha sido ajena a sus preocupaciones filosóficas. Ya en Spectres de Marx, por ejemplo, Derrida se refiere a esa "política de la memoria, de la herencia y de las generaciones" como una responsabilidad que hay que asumir para con los que ya se han ido y los que todavía están por venir. Ahora bien, la herencia, lo mismo que la fidelidad, pertenece al ámbito de la promesa, la cual ?asegura Derrida? no promete tanto algo concreto cuanto com-promete a establecer un vínculo incondicional con el otro. Para no reducirse, sin embargo, a un mero horizonte de espera, a una simple
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