[...] Y en aquel contexto comenzó a circular la referencia misteriosa de aquella novela de unos jóvenes que ocupaban casas, que constituían, sin la ayuda de nadie, colectivos autónomos, que se reapropiaban colectivamente de la riqueza colándose en los cines, reduciéndose las facturas de la luz y el agua e imponiendo a los caseros un «alquiler justo». Que combatían la extensión del trabajo ilegal y precario mediante las rondas proletarias, ejerciendo un contrapoder directo allí donde ninguna legalidad, tampoco la de los sindicatos, tenía la menor intención de imponerse. Que vivían la liberación aquí y ahora, expresando los grados de libertad y goce colectivos de los que eran capaces en cada momento, comunicándolos al resto de la ciudad. Luego aquellos jóvenes se veían arrastrados por la espiral de la represión y el asesinato de Estado, de la respuesta armada y el terrorismo. La novela terminaba con el naufragio completo de aquella breve e intensísima experiencia, con buena parte de sus protagonistas muertos, encarcelados o presa de la heroína y de la locura, pero también del arrepentimiento y de la catástrofe ética, que ha sido uno de los rasgos más inquietantes de la vicisitud de la llamada «generación del 77». [...]