Este libro de Torcuato Tasso (15441595) contiene seguramente sus prosas más personales. Redactadas en plena crisis, durante su reclusión hospitalaria, nos hablan de fantasmas, embajadores, demonios personales, del diálogo amistoso, de los influjos celestes, del amor y la escritura. En parte de ellas subyace su trastorno, la locura alimentada por ese imán infernal que fue para él la Corte de los Este en Ferrara, pero también revela con claridad el genio de un grandísimo escritor. Con el título común de Los mensajeros se ha querido expresar una metáfora que atraviesa de parte a parte la biografía y la obra de Tasso. Su vida amarga se vio siempre necesitada de terceros, de intermediarios. A ellos, a sus embajadas, se dirigió desesperadamente como un Ulises aislado y moderno. El primero de estos escritos, «La fuga», le valió su reputación de melancólico atormentado, de pendenciero irascible. El autor trata de explicar tanto su vida desquiciada tras su huida de la Corte en 1577, llena de temores y vagabundeos, como su busca infructuosa de mediadores, rodeado de enemigos. Otros dos textos, más extensos, son raras conversaciones con un espíritu un demonio embajador del cosmos o con las voces fugitivas de viejos amigos, que hablan sobre temas envolventes, que retornan sin encontrar aquí, en el suelo, la armonía del universo. Aborda, entre so erótico («No hay amor sin ira»), e insiste en una melodía de la época, la importancia de la escritura otra mensajera másy su función sosegadora. Las letras no manifiestan perturbaciones del espíritu sino la verdad, dice, «se mantienen siempre iguales a sí mismas: lo que una vez afirman, lo afirman siempre».