«Satie ha dicho que el piano, "como el dinero, no resulta agradable más que a quien lo toca": eso tranquiliza a alguien como yo, malquistado de nacimiento con la música instrumental. Eso hace también que lamente haber comprendido demasiado tarde, después de su muerte, al individuo excepcional que fue y al que un telón de espinas -su malicia, sus estudiados tics- me ocultaba... El tránsito del siglo XIX al XX no ha producido ninguna evolución de espíritu tan fascinante como la suya. Tendida entre dos puntos extremos, los místicos y Platón, durante treinta años la fatalidad del espíritu moderno ha consistido en hacer vibrar la cuerda de Satie al unísono con las de su compatriota Alphonse Allais y, más aún, de Alfred Jarry. No conozco mayor escuela de libertad con respecto a todas las convenciones, ni otra sonrisa más traviesa y, a la postre, tan punzante por encima del abismo interior, de negrísima especie, del que se escapa la bandada de sus dibujos e inscripciones caligrafiadas en absoluta soledad -"todo de fundición", a la vez tan graciosos y tan inquietantes-, que esperan desde hace tiempo un inventario completo y un análisis riguroso.» (André Breton,1955)
Erik Satie (1866 - 1925), francés de madre anglo-escocesa, fue sin duda uno de los compositores más representativos de la evolución artística del siglo XX. El celebrado autor de Gymnopédies y de Trois morceaux en forme de poire, de Parade y de Socrate, o de la Musique d´ameublement (que debe ser interpretada "para que nadie la escuche"), es también un escritor singular, que supo aliar la fantasía más desatada con la ironía más sutil, como demuestra en Cuadernos de un mamífero (Acantilado).