«Si miro hacia abajo, los patines quiebran la nieve que cae y que el viento arrastra siempre en la misma dirección. Delante, a una misma distancia, corren las troikas delanteras. Tanto a la derecha como a la izquierda, todo es blanco y fantasmagórico. En vano buscan los ojos algo nuevo. Nada, ni un poste, ni un almiar, ni una techumbre. todo alrededor es blanco, blanco e inmóvil. Unas veces el horizonte parece infinitamente lejano y otras como apenas a dos pasos, comprimido en todas sus partes, o bien surge de pronto un alto muro a la derecha, paralelo al trineo, y vuelve a desaparecer. si se mira al cielo se ve todo claro al principio, y se llega a creer que hay estrellas en la penumbra, pero las estrellas huyen cada vez más lejos y sólo se ve la nieve que, perdonando los ojos, cae sobre la pelliza y el cuello. el cielo se ve siempre claro, incoloro, uniforme y en constante movimiento. El viento parece haber cambiado: ora sopla a nuestro encuentro y me ciega los ojos, ora me echa sobre la cabeza el cuello de la pelliza para molestarme, golpea con él mi cara, ora zumba burlón por algún resquicio. Se oye el débil y continuo crujido de los cascos y los patines por la nieve y el débil tañido de los cascabeles cuando se va por nieves profundas.»