Prosiguiendo su viaje iniciático, el narrador se adentra en La parte de Guermantes por los ambientes de la aristocracia, que habían sido míticos para sus sueños de adolescente: la visión en la iglesia de Combray de la duquesa de Guermantes le había embriagado con la sonoridad del nombre, con la elegancia, que su mente convierte en belleza, de Oriane de Guermantes.