Al casarse, Clementina soñaba con una vida llena de aventuras y descubrimientos. Arturo le proporcionó una vida tranquila y sin sorpresas. ¿Quería aprender a tocar la flauta? Él le ofrecía amablemente un disco. ¿Quería pintar? Le regalaba un bonito cuadro. ¿Quería ir con él a Venecia? Le compraba un hermoso jarrón de Murano. Clementina carga con los regalos, agotas sus posibilidades y se aburre a morir. Hasta el día que decide vivir a su gusto, elegir por sí misma lo que le conviene. Arturo, cuando encuentra la bonita casa vacía, no entiende nada.