A Emil Cioran (Rasinari, Rumanía, 1911?París, 1995) no le hizo falta ninguna pandemia para saber que la existencia del ser humano estaba amenazada. En una conversación publicada en 1992, afirmó lo siguiente: «El hombre es víctima de una maldición, no puede subsistir por mucho tiempo más, pues, si lo analizamos más detenidamente, resulta una aberración, notable, desde luego, pero una aberración igualmente, una herejía de la Naturaleza. Tiene una carrera grandiosa tras sí, pero carece ya de porvenir. El hombre va a desaparecer, de la forma que sea, va a desaparecer, ya sea por agotamiento interior ?y ya se observa en ciertos sentidos dicho agotamiento? o a consecuencia de una catástrofe, no sé de qué naturaleza. Lejos de mí la idea de jugar a hacer de profeta, pero tengo la sensación y la certidumbre de que el hombre no puede retrasar indefinidamente su desaparición. No podrá escapar siempre a su fin». Veinticinco años después de la muerte de Cioran, aquí sigue el hombre, retrasando su desaparición, haciendo tiempo hasta que le llegue su fin, si bien en medio de una catástrofe vírica que le tiene desconcertado