Uno de los ejercicios más temerarios que puede realizarse en esta vida consiste en entrar en un restaurante donde no conoces al dueño, ni al cocinero, ni al maître, ni a ningún camarero, a un restaurante que tampoco te ha recomendado un amigo de confianza y sentado a la mesa pedir cualquier plato y que te lo sirvan cubierto con una salsa y sin encomendarte a Dios ni al diablo, lo hagas pasar por la garganta hasta depositarlo en la intimidad de ti mismo. De esa clase de veneno estamos hechos. El prestigio de la cocina mediterránea estriba en su visibilidad. Para empezar uno sabe lo que come. Verduras, ensaladas, pescados, carne, frutas, aceite de oliva, todo al descubierto, de primera mano y sin salsas más o menos literarias que te destrozan el estómago. La cocina mediterránea también es una forma de comer, de alargar la sobremesa, de reír los alimentos. Esto es lo que he comido a lo largo de mi vida. En este libro, junto a unos alimentos terrestres, están mis amigos, mis viajes, siempre acompañados por un aroma que me devuelve a la cocina de aquella vieja casa.
Manuel Vicent, escritor y periodista valenciano, ha publicado en Alfaguara, además de Tranvía a la Malvarrosa (1994) y Jardín de Villa Valeria (1996) -recogidas junto con Contra Paraíso en el volumen Otros días, otros juegos (2002)-, Pascua y naranjas (1966), Los mejores relatos (1997), Las horas paganas (1998), Son de Mar (Premio Alfaguara 1999), La novia de Matisse (2000), Cuerpos sucesivos (2003), Verás el cielo abierto (2005), Viajes, fábulas y otras travesías (2006), Comer y beber a mi manera (2006), León de ojos verdes (2008), Póquer de ases (2009) y Aguirre, el magnífico (2011). Colaborador habitual del periódico El País, una selección de sus artículos están recogidos en Nadie muere la víspera (2004).