Si la sociedad romana se centró en la propiedad agrícola, mientras la moderna lo hace en la empresa financiera, en la compañía mercantil, en el industrialismo invasor, en el crédito, en el ámbito laboral, resulta cierto que el Derecho romano, referido a la seca literalidad de sus prescripciones o, si se quiere, de sus fieles dictados normativos, carece de sitio en el mundo actual. Sin embargo, otra cosa es desterrar el conocimiento de la más soberana formación jurídica que han conocido los tiempos. Otra cosa es declarar baldío aquello que, en expresión zubiriana, se ofrece como uno de «los tres productos más gigantescos del espíritu humano».Editorial Ariel, al ofrecer al público la duodécima edición de esta obra del profesor Iglesias, se complace en subrayar la unanimidad en el elogio de los juicios que sobre ella han sido emitidos en las numerosas recensiones, españolas y extranjeras, de que ha sido objeto.El elegante y castizo lenguaje, su valor pedagógico, la consistencia científica, la riqueza expositiva y el sentido históricojurídico han dado singular fama a este libro, un verdadero clásico de la literatura «romanística».