GARCÍA MORENTE, MANUEL / DESCARTES, RENÉ
El cartesianismo hace mucho tiempo que murió. El pensamiento de Descartes, sin embargo, pervive y pervivirá mientras exista como guía de reflexión la libertad de pensar. Este principio constituye la más deliciosa fábula que el hombre pudo inventar, y eso se lo debe a la humanidad, en buena parte, a Descartes y, especialmente, a las dos obras que el lector tiene entre sus manos. Leer a Descartes es uno de los mejores ejercicios para mantener vivo el más importante impulso de la filosofía moderna: una duda previa absoluta, un escepticismo como punto de partida del genuino saber. Con todo, el principal mérito del que pasa por ser el primer racionalista oficial de la historia de la filosofía, ha consistido en su matizada crítica al pensamiento dogmático. Nada, efectivamente, puede ser aceptado en virtud de una autoridad cualquiera. Este héroe del pensamiento moderno , en palabras de Hegel, ha llevado a la filosofía por caminos apenas percibidos anteriormente, atreviéndose, por decirlos en palabras de D`Alembert, a enseñar a las buenas cabezas a sacudirse el yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad. en una palabra, de los prejuicios y de la barbarie y, con esta rebelión cuyos frutos recogemos hoy, ha hecho a la filosofía más esencial quizá que todos los que ésta debe a los ilustres sucesores de Descartes .
Manuel García Morente (1886-1942) fue uno de los más importantes filósofos españoles de la primera mitad del siglo XX. Sólidamente formado en Francia y en Alemania, influido a la vez por la filosofía de Bergson y por la escuela neokantiana de Marburgo, halló luego cauce a su propio pensamiento en el espíritu de la fenomenología y en la filosofía de la vida de Ortega y Gasset. Catedrático de Ética durante treinta años en la Universidad de Madrid, autor de libros y ensayos filosóficos de claridad excepcional sobre temas muy sugestivos y diversos, traductor infatigable, promotor de empresas universitarias, conferenciante y publicista brillante, García Morente experimentó durante la Guerra Civil una profunda conversión religiosa y, tras desempeñar dos cátedras en la Argentina, acabó su vida como sacerdote en el Madrid de la inmediata posguerra, abriéndose entonces su pensamiento al influjo de la filosofía y la teología de santo Tomás de Aquino.