Friedrich Schiller dedicó varios años a la creación de Don Carlos, obra que comenzó en 1782, que se estrenó en 1787 y de la que realizó numerosas versiones. La última se publicó el mismo año de su muerte. La pieza es considerada, junto con Nathan el sabio de Lessing y con la Ifigenia de Goethe, uno de los tres grandes «dramas de la humanidad» creados en lengua alemana durante la década de los años ochenta del siglo XVIII. Fue una época de gran efervescencia , de inmensas esperanzas puestas en el ser humano, en el hombre autónomo, libre de la tutela de la religión y del poder autoritario. El Marqués de Poza, una de las figuras centrales de Don Carlos, hace precisamente de portavoz de estas nobles aspiraciones. Schiller, sin embargo, percibía que el combate entre el poder estatal y el ansia de libertad era una lucha desequilibrada. Y los rayos de sol que lleva Poza acaban engullidos por la prisión donde vive el infante Don Carlos, la construida por la familia, la corte, la sociedad, el Estado y la religión.