E delgard es una joven alemana de Stettin que, brutalmente desalojada de su hogar por las tropas de liberación rusopolacas al Finalizar la Segunda Guerra Mundial (1945), consigue finalmente refugiarse en Flensburg (SchleswigHolstein) en compañía de su padre y de su hermana Sigrid. Edelgard es también, a juzgar por las maravillosas e inolvidables cartas que dirige durante más de un lustro al autor de Diario de un sueño, la personificación más delicada, tierna y exquisita de Ewigweiblich o «eterno femenino» que me he echado a mis ojos de lector compulsivo en los últimos años (por lo menos). Sólo si pienso en la dulcísima Margarita del Fausto goetheano o en la deslumbrante Inés de Santorcaz que Galdós nos regala en la primera serie de sus Episodios Nacionales, se me dibujan en la mente perfiles arquetípicos comparables al que representa Edelgard. Su fiel corresponsal entre 1948 y 1953 fue un jovencito manchego que, a caballo entre su Manzanares natal, la Ceuta de su «mili» y el Madrid de sus primeras experiencias artísticas y literarias, nos cuenta con maestría y sencillez su vida de entonces, indeleblemente marcada por las cartas de su amiga alemana. Ese joven creció, y ahora, más de medio siglo después, ha tenido la bondad de enviarme su diario de aquellos años, en el que brilla con luz propia, bajo el manto protector de Edelgard, una prosa castellana extraordinariamente eficaz. Aquel jovencito manchego se llamaba y se llama José FernándezArroyo. Si ha sido capaz de escribir Edelgard. Diario de un sueño, es capaz, créanme, de cualquier cosa en literatura. Si no me creen, lean el libro. ya me dirán si tengo o no razón. Luis Alberto de Cuenca