Tarea es la de pintar a Don Quijote hasta más difícil que la de hinchar un perro. No ya ilustrar la obra imperecedera de Cervantes, sino vestir de carne visible y concreta un espíritu individual y vivo, no mera idea abstracta. Con escrupuloso cuidado me he entretenido en entresacar de las páginas vivas de El Ingenioso Hidal go, cuantos pasajes se refieren más o menos directamente a los caracteres físicos de Don Quijote. Invito al lector a que divaguemos un poco acerca de la expresión pictórica de este símbolo vivo
Miguel de Unamuno escritor, poeta y filósofo español, principal exponente de la Generación del 98. Esa angustia personal y su idea básica de entender al hombre como «ente de carne y hueso» y la vida como un fin en sí mismo se proyectaron en obras como En torno al casticismo (1895), Mi religión y otros ensayos (1910), Soliloquios y conversaciones (1911) o Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1913).
Su narrativa progresó desde sus novelas primerizas Paz en la guerra (1897) y Amor y pedagogía (1902) hasta la madura La tía Tula (1921). Pero entre ellas escribió Niebla (1914), Abel Sánchez (1917), y sobre todo Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920). Su producción poética comprende títulos como Poesía (1907), Rosario de sonetos líricos (1912), El Cristo de Velázquez (1920), Rimas de dentro (1923) y Romancero del destierro (1927), éste último fruto de su experiencia en la isla de Fuerteventura, adonde lo deportaron por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera. También cultivó el teatro: Fedra (1924), Sombras de sueño (1931), El otro (1932) y Medea (1933).
Considerado como el escritor más culto de su generación, fue sobre todo un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda.