El desbarrancadero no es una novela sobre la madre. El desbarrancadero es una de las más hermosas novelas escritas en las últimas décadas en español, y una que trata sobre un tema poco común en la literatura: el del amor fraterno. En ella, se narra la agonía de un hombre, y el íntimo desgarro de su hermano que lucha tan desesperada como inútilmente por salvarlo. Y si en ella el narrador lanza vituperios contra la madre, es porque esa madre representa a la madre patria, a la madre paridora, a Colombia. Para Vallejo todo amor verdadero es doliente. El amor en sí mismo es una pura congoja. El amor fundamental por la vapuleada gramática, por el hermano enfermo que se muere, por la finca de Santa Anita el paraíso perdido de la infancia, por un país hecho trizas, por la Bruja, su perra, que también se le murió. Eso es lo que dice Vallejo. Y lo dice enmascarando la fractura con un duro puñetazo propinado por la mano fracturada. De ahí el recurso de la virulencia verbal, del énfasis exaltado que exige los constantes signos de exclamación. Todo en Vallejo es un ¡ay! lleno de estricta pesadumbre, y que sin los signos que lo flanquean no diría la misma cosa. Que la vida es pérdida, dice también. De ahí que en su literatura todo sea en el fondo agónica añoranza y letanía. El desbarrancadero es la cuesta por la que sube y rueda Sísifo con su inmensa piedra, y es la protesta ante el final que representa la muerte de lo que se ama. Marianne Ponsford
Fernando Vallejo nació en Medellín, Colombia. Estudió filosofía y letras en universidades de Bogotá y dirección de cine en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Ha vivido gran parte de su vida en México donde ha dirigido tres películas y escrito la totalidad de sus libros: las novelas Los días azules, El fuego secreto, Los caminos a Roma, Años de indulgencia, Entre fantasmas, La Virgen de los sicarios, El desbarrancadero, Mi hermano el alcalde, La Rambla paralela y El don de la vida