Enigma es para sí mismo el ser humano, no menos que todo cuanto lo rodea. Tratando de encontrar claves para entender el enigma, los humanos, desde tiempos ancestrales, han ensayado -antes que las reflexiones más intelectuales de las filosofías y que las más exactas de las ciencias- esas búsquedas más intuitivas, cargadas de emoción vital y de recursos imaginativos, que forman el riquísimo repertorio de las religiones en su larga historia, coextensiva con la historia de la humanidad.
Quizá buscaban inicialmente aclarar el enigma. Pero fueron descubriendo, y aceptando, que las claves del enigma sólo se encuentran, cifradas, en el Misterio. La multitud de esos sistemas de símbolos hacia el Misterio que son las religiones forma un abigarrado conjunto, que desconcierta de entrada al buscador de la verdad última. Pero cabe encontrar un hilo conductor a través de las varias religiones, que ilumine a la hora de evaluarlas y, eventualmente, tomar posición personal ante ellas. A ésta, en todo caso, no lleva la mera objetividad; es decisiva para una toma de posición esa peculiar -misteriosa- participación personal en el Misterio que es la fe.
Independientemente de las teorizaciones reflexivas que cada religión hace desde su fe -las teologías-, hay aquí un gran campo humano de reflexión. Es importante la aportación de las ciencias del comportamiento humano (psicología, sociología...). No lo es menos la fenomenología de la religión, ese intento de comprender desde sí mismas las estructuras religiosas. Y queda aún el insoslayable papel de la reflexión filosófica, que, desde antiguo, intenta no dejar sin pensar nada humano. Pero, ¿hay algo más humano que los empeños de las religiones? Están, pues, muy justificados, aunque no abunden, los ensayos hacia una filosofía de la religión.
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