¿Por qué la sociedad en la que vivimos, supuestamente democrática y tolerante, etiqueta de sectarios a determinados grupos religiosos y con este estigma los proscribe de sus fronteras sociales, culturales y simbólicas? ¿Por qué determinados individuos, pese a conocer los riesgos sociales, culturales y simbólicos que entraña el desafío, deciden hacerse miembros de instituciones caracterizadas convencionalmente como sectas? El conflicto de intereses entre grupos hegemónicos y minoritarios, que se presentan como alternativos -totales o parciales-, subyace como la problemática clave del sectarismo. Esta rivalidad genera el clima de visceralidad y apasionamiento que a menudo planea sobre este fenómeno. El estigma del extraño ofrece una aproximación basada en la curiosidad, el respeto y -¿por qué no?- en la synpatheia hacia formas de vivir y de concebir el mundo que difieren de las convencionales. Además, también hace suya la premisa de que la mejor manera de descubrir la racionalidad de las concepciones y comportamientos de los demás es dejar que sean ellos mismos los que la expliquen.