Partiendo de una meditación sobre la aeronave espacial Voyager 1, que detectó sonidos provenientes de lo más remoto y profundo del espacio estelar, este libro pondera el impacto de la revolución copernicana en la literatura española del Siglo de Oro, particularmente en las obras de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca y sor Juana Inés de la Cruz. El título deriva del agujereado techo de la venta de Juan Palomeque en el "Quijote", a través del cual se pueden ver las estrellas. Es una especie de risible observatorio, igual a los que se improvisaban en catedrales y otros edificios altos. ¿Cómo se refleja la sensación de infinito que provoca un universo heliocéntrico en las obras mayores de nuestra lengua? En gran medida mediante el recurso a la improvisación, que es la respuesta a la ausencia de límites, de forma, del nuevo universo en que todavía vivimos. En Cervantes y en Lope esa réplica conduce al error: el perdido y luego encontrado asno de Sancho en el "Quijote", el sorpresivo cambio de nombre de un personaje en "La niña de plata", de Lope. En Tirso se ve en el estilo de las seducciones de Don Juan, que responden a un número ilimitado de mujeres y oportunidades, y en la insólita hermandad entre el galán y la estatua de Don Gonzalo, que representa la muerte, ese otro infinito contrapuesto. En Calderón, Segismundo se improvisa rey dos veces y su padre Basilio maneja la obsoleta cosmología de Tolomeo, que lo lleva a la equivocación y a la derrota. Sor Juana apela a formas recibidas para representar el infinito, sobre todo las pirámides, cuyas líneas ascendentes y convergentes apuntan a una altura inconmensurable. Infinito e improvisación suministran, además, las inestables bases de la ironía y el perspectivismo. "El estrellado establo" propone una nueva manera de leer la literatura del Siglo de Oro.