El gran inquisidor es uno de los textos de Fiodor M. Dostoievski más cargado de significados potenciales. Cada generación lo ha leído e interpretado de un modo distinto. Fue concebido en un momento y dentro de una obra en que la preocupación fundamental de Dostoievski se centraba en la relación entre ofensores y ofendidos, donde culpables y víctimas, asesinos y asesinados se confunden en un solo personaje, en un único sentimiento. «Todos somos culpables, de todo y hacia todo», por ello es esencial la aspiración a un orden que salve y redima al ser humano. El dilema en una instancia superior se plantea entre la figura demoníaca del gran inquisidor y la de Cristo. El hombre rechaza la libertad de elección y acepta las cadenas. ¿Las acepta realmente ? ¿Gustosamente ? La figura del gran inquisidor ha cambiado, con los siglos, de rostro. Su capacidad de transformación es impresionante. Su habilidad consiste en aparecer siempre con el traje apropiado para el momento. En nuestros días, por lo general, habla de técnica y emplea las cifras como argumento contundente. Su estilo es solemne. No admite ninguna clase de bromas. Considera una función sagrada la de exterminar a los «bufones», para ello entorpecerá cualquier forma de pensamiento independiente, de expresión que no se ajuste a un cánon establecido. Con un nutrido archivo de fichas, dictaminará qué y cómo debe comportarse el ser humano ante cada situación precisa. Su ideal será transformar la vida en un vasto museo donde estén catalogadas todas las actitudes y posturas permisibles. Identificará siempre la libertad con el caos. Pero, a la vez, su convicción de que la búsqueda del orden hará permisible la felicidad del hombre es, por lo general, sincera. La lectura de este texto de Dostoievski propone un enigma que nos sitúa en el corazón mismo de la ambigüedad. ¿Qué hizo Ivan Karamazov : una apología del gran inquisidor o pronunció en su contra una implacable requisitoria ?