Manuela Vivero es designada por Isabel la Católica para que la represente durante la celebración del auto de fe que transcurre en Toledo el 28 de abril de 1478. En un momento dado, Manuela rompe el protocolo y huye conmocionada. La ha mirado a los ojos Aben Baruel antes de ser conducido hacia las llamas. Esa mirada es apenas un anticipo de las aventuras que Manuela vivirá tras su encuentro con un anciano rabino, un maduro abencerraje y un joven franciscano. Ellos han sido elegidos por Baruel para descifrar un complejo criptograma cuya resolución, sólo accesible a inteligencias tan excepcionales como las suyas, debe conducirlos al escondite del Libro de zafiro, que él custodió hasta poco antes de fallecer. Un texto de semejante envergadura podría poner en peligro los cimientos de la Iglesia y la unión dinástica entre Castilla y Aragón.