La persona que se descubre en el abismo no se vale de identidad alguna. No se vale sino de eso, de ser semejante. Semejante a aquel que le responderá. A todos. Es una limpieza fabulosa que se opera desde que nos atrevemos a hablar, más bien desde que llegamos a hacerlo. Porque desde que llamamos nos volvemos, somos ya semejantes. ¿A quién? ¿A qué? A eso de lo cual no sabemos nada. Y convirtiéndonos en persona semejante abandonamos el desierto, la sociedad. Escribir es no ser nadie [personne ]. "Muerto", decía Thomas Mann. Cuando escribimos, cuando llamamos, ya somos semejantes. Inténtenlo. Intenten cuando están solos en su habitación, libres, sin ningún control del exterior, llamar o responder por encima del abismo. Mezclarse al vértigo, a la inmensa marea de los llamados. No sabemos gritar ese primer grito, esa primera palabra. Tanto como llamar a Dios. Es imposible. Y se hace. M. D. ¿Has visto esas manos? Las vi, nunca las he olvidado. Hace mucho tiempo. No están lejos de Altamira. Son azules. Pero de un azul grisáceo, casi como el Océano. Lo perturbador en el filme es que a la vez es un filme sobre París y sobre esa primitiva caverna prehistórica. Es las dos cosas. Sí. Porque creo que todavía está todo allí, como lo estuvo siempre, desde siempre. Que se circunscribe de manera diferente, pero que la Edad Media, por ejemplo, está todavía allí, en París. Lo mismo que la sexualidad de la gente, tanto la de los monstruos como la de las personas normales, no se ha movido, todavía está allí, intacta. Está allí como antes, como lo estaba hace milenios. (...) Es en ese estadio donde lo que llamo el amor se expresa con una mirada, con una palabra, quizá también con una cámara. Creo que ese grito, ese grito de deseo es el mismo, es el mismo que se había proferido ante Dios. Entrevista de M. D. con Dominique Noguez, 1984.
Marguerite Duras nació en la Indochina francesa en 1914 y murió en París en 1996. En 1932 se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas. En 1943 publicó su primera obra, La impudicia, a la que seguirían más de veinte novelas, guiones cinematográficos y textos dramáticos. Entre ellos, Moderato cantabile, El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, Los ojos azules pelo negro, Emily L., Los caballitos de Tarquinia, El amor, Destruir, dice, El amante de la China del Norte y Un dique contra el Pacífico. Tras una profunda crisis, marcada por el alcoholismo, escribió tres obras maestras: El hombre sentado en el pasillo, El mal de la muerte y El amante, célebre novela que inspiró una película homónima de Jean-Jacques Annaud.