Bertie Krohn es un actor frustrado, cuarentón, hijo único, que siempre ha vivido a la sombra de la popularidad de su padre, Perry, creador de la serie espacial de mayor duración y éxito en la historia televisiva. Bertie intenta exorcizar sus fantasmas novelando la relación con sus dos amigos, Thad Michelet y Clea Fremantle, durante el rodaje de un episodio de la serie. Thad, alcohólico y adicto a todo tipo de excesos, es autor de libros sin repercusión, actor de escaso éxito e hijo de un conocido escritor que es un monstruo tanto en el terreno literario como en el familiar. Clea es una mujer sentimentalmente frágil, hija de una estrella legendaria cinematográfica ya fenecida. Abrumados, atormentados, eclipsados por la fama de sus progenitores, «Los tres mosqueteros», como así se autodefinen estos vástagos de la aristocracia del espectáculo hollywoodiense, reúnen entre sí, como dice Bertie, «material suficiente para volver a poner el psicoanálisis de moda». Bruce Wagner, equiparado por la crítica con Francis Scott Fitzgerald y Nathanael West, plantea en El palacio del crisantemo una acerada crítica de las apariencias y realidades de cartón piedra, de las sombras que acechan las luces del mundo del espectáculo. Su prosa ágil y contundente disecciona, como alaba James Ellroy en el prólogo, un orbe hollywoodiense voraz, mezquino y narcisista, al mismo tiempo que nos brinda una conmovedora reflexión de la amistad entre tres personas perdidas en un sueño californiano desvanecido.