Ante un relato detectivesco de Arthur Conan Doyle, el lector acepta el atractivo reto de participar en un juego de ingenio, de montar un rompecabezas sabiendo, sin embargo, que el autor no le va a proporcionar todas la piezas. Las peripecias del detective Sherlock Holmes son obras maestras en el arte de envolver al lector en una tarea para la que, de antemano, se sabe en inferioridad de condiciones, en la que, repentinamente, puede pasar de ser actor a ser espectador, en la que queda «suspendido» ante la complejidad de la trama, seguro a veces, desorientado otras, pero siempre en tensión, anhelando descubrir el desenlace. El sabueso de los Baskerville es una de esas obras maestras, quizá la mejor que Doyle escribiera en torno al famoso detective y su inseparable Watson, dos personajes que habían encontrado a su autor y que vivirían más que él.
El éxito y la popularidad conseguidos con sus personales - Sherlock Holmes, Watson, el profesor Challenger o el brigadier Gérard - inclinaron hacia la literatura al novelista británico sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), médico de profesión. Sin embargo, desempeñó tareas sanitarias dentro del ejército en la campaña de Sudán y en la guerra de los bóers. Además de renovar el género policiaco, creó novelas de anticipación como El mundo perdido.