Salman Rushdie, Julian Barnes, Martin Amis y Doris Lessing forman parte de la lujosa y tupida lista de escritores del ámbito anglosajón que en 1996, cuando apareció este libro, alzaron la voz para advertir acerca del acontecimiento que significaba esa publicación. Joseph Mitchell, uno de los grandes maestros del periodismo neoyorquino, había escrito estas crónicas -ambas para la mítica revista The New Yorker, en la sección en que Mitchell se ocupaba de los «perfiles» de los personajes más variados y exóticos de la ciudad- con veintidós años de diferencia: la primera, «El profesor Gaviota», en 1942; la segunda, que da título al volumen, en 1964, siete años después de la muerte de Joe Gould. Pero ¿quién fue ese Joseph Ferdinand Gould, el cándido e inquietante protagonista de estas semblanzas? Hijo de una de las familias más tradicionales de Massachusetts, licenciado en Harvard, en 1916 rompió con todos los lazos y tradiciones de Nueva Inglaterra y se marchó a Nueva York, donde poco después se dio a la mendicidad. Su objetivo declarado era la escritura de una obra, una monumental Historia oral de nuestro tiempo, en la que recogería miles de diálogos, biografías y semblanzas del hormiguero humano de Manhattan. Ezra Pound y E. E. Cummings, entre otros muchos, se interesaron en el proyecto y llegaron a hablar de él en sus revistas; mientras tanto, Gould dormía en la calle o en hoteles de mala muerte, apenas comía, se vestía con los harapos que sus amigos poetas o pintores de Greenwich Village ya no usaban. Y aunque era frecuente verlo borracho e imitando el vuelo de una gaviota, su Historia oral, que nadie había visto aún, gozaba ya de cierto predicamento. A la muerte de Gould, en 1957, sus amigos emprendieron una larga búsqueda de su famoso manuscrito por los rincones del Village que él frecuentaba. El sorprendente resultado de esa expedición, que desvela el «secreto» al que se refiere el título, es lo que nos cuenta Mitchell en su segunda crónica. En las raras ocasiones en que el periodismo se vuelve gran literatura no sólo nos hallamos ante un autor de genio; hace falta además un enorme personaje -«el último bohemio», como llamaban a Gould, rescata el ideal romántico del escritor poseído por su obra, entregado enteramente a ella- y un escenario único, el del hervidero de energía humana que era el Nueva York de los años cuarenta y cincuenta. El secreto de Joe Gould es un libro para disfrutar línea a línea, para no perder detalle y para seguir descifrando su rico significado hasta mucho después de haber concluido la lectura.
«Este libro es auténticamente original: no puedo pensar en nada que se le parezca» (Doris Lessing).
«Joseph Mitchell era un tesoro escondido... El secreto de Joe Gould es una iluminación a la altura de la mejor literatura» (Salman Rushdie).
«Ahora que por fin se han recogido en un volumen, estas crónicas de Mitchell no sólo deben ser leídas, sino que habría que abastecerse de varias copias para regalar a nuestros mejores amigos» (Julian Barnes).
«De haber sido neoyorquino, Borges nos habría sorprendido con algo parecido a El secreto de Joe Gould» (Martin Amis).
«Cronista de lo insólito y lo original», como lo calificó el New York Times, Joseph Mitchell nació en 1908 y llegó a Nueva York en 1929, el día después del crac de la Bolsa. Desde 1938 formó parte del staff de The New Yorker, la revista de la que surgieron varios de los mejores periodistas y escritores de Estados Unidos. Mitchell se especializó en el retrato literario, lo que él llamaba «perfiles», de los personajes más diversos de Nueva York: desde estrellas de Broadway a magnates de dudosa reputación, desde domadores de circo a poetas y pintores. Cuando alguien le reprochó una vez que escribía sobre «gente ordinaria», él contestó (y la frase se hizo célebre): «la gente ordinaria es tan importante como usted, quienquiera que usted sea». Además fue un enamorado del puerto de Nueva York, sobre el que dejó páginas memorables, así como en general acerca de la arquitectura de la ciudad. Aunque poco conocido fuera de su país, Joseph Mitchell es considerado uno de los maestros indispensables del estilo periodístico y literario en el que se formaron varias generaciones de escritores americanos. Murió en Manhattan en 1996 a los ochenta y siete años.