Por tan claro como es Horacio cuando escribe sobre sí mismo, no resulta difícil imaginarlo. Al cincuentón encanecido, un poco sobrado de barriga; al clasista hijo de liberto, educado él, como los nobles, en Roma y en Atenas; impulsado por los que hoy se dirían violentos y victoriosos resentimientos sociales. Ambicioso de modestos placeres, del vino y a la ciencia de las luchas gladiatorias; amador superficial de mujeres jóvenes y de jóvenes hombres que debían parecer mujeres. El hecho de ser nieto de esclavos marcó, según lo muestran rasgos esenciales de su obra lírica, el carácter de su vida. Por una parte, su rechazo a la clase ínfima en que tuvo origen; por otra, su distancia exigente con respecto de los afortunados de noble nacimiento; finalmente su soberbia arraigada en la conciencia de haber superado a éstos por el cultivo de méritos propios.
(65 a.C.-8 a.C.), coetáneo y amigo de Virgilio, y como él protegido de Mecenas y miembro de su círculo, es otro de los grandes poetas romanos de la Antigüedad. En sus Odas recoge el legado de la lírica griega arcaica y de la filosofía epicúrea y estoica, y celebra la paz del gobierno de Augusto. Escribe también Epodos (poemas líricos de tono injurioso), Sátiras y Epístolas, en una de las cuales, la Epístola a los Pisones, adoctrina sobre la creación poética.