Dicen los que saben de esto que vivimos una época de grandes avances sociológicos: las mujeres triunfamos en el trabajo a los cuarenta años, aunque yo debo de aparentar bastantes menos, porque mi jefa todavía no se ha dado por enterada. existe el reparto obligatorio de las tareas domésticas, asunto que mi marido ha resuelto encargándose de hacer las tostadas del desayuno. controlamos la natalidad al milímetro, gracias a lo cual yo tengo dos hijos únicos, porque, con esto de la planificación, Alberto y yo planificamos fatal y, como consecuencia, los niños se llevan once años. El día que se vayan de casa y las estadísticas dicen que lo harán cuando yo sea una auténtica pasa llevaré media vida criándolos. A toda esta situación, bastante estresante de por sí, se suma que la esperanza y la calidad de vida han aumentado muchísimo, cosa que puedo certificar, porque mis padres, a base de ponerse morados a bífidus y a Omega 3, se acaban de jubilar sin hacerse viejos, con la misma energía que si llevaran una placa solar en la coronilla y con unas ganas admirables de poner a prueba mi paciencia. Está claro que para las mujeres de ahora, las primeras que tenemos que bregar con varias generaciones al mismo tiempo (todas en perfecto estado de revista), la situación se resume en una sola frase: «Si no tienes problemas, no te preocupes: siempre puedes contar con los de tu familia. »