DICKINSON, EMILY / PIZARNIK, ALEJANDRA / VVAA / PLATH, SYLVIA / AJMÁTOVA, ANNA
El nuevo estuche de Poesía Portátil recoge la selección de ocho voces femeninas esenciales de la poesía. Esta recopilación abarca la urgencia lírica de ocho poetas: la dura sensualidad y el profundo intimismo de la argentina Alejandra Pizarnik, los versos de la rusa Anna Ajmátova, sometida al terror más feroz durante el estalinismo, o la intensidad, el dolor y la belleza de las implacables composiciones de Sylvia Plath; pasando por los textos de Emily Dickinson, desprovistos de adornos y reglas que hablan de la mujer, de la enfermedad y de la muerte o una traducción inédita de algunos de los escasos textos que se conservan de la poeta griega Safo. Se recogen, además, los versos más icónicos de Elisabeth Bishop, Anne Sexton y la imponente Idea Vilariño, tres poetas clave en la poesía norteamericana y latinoamericana del siglo XX. Esta edición estuche contiene los volúmenes:
Morí por la belleza de Emily Dickinson
Mi boca florece como un corte de Anne Sexton
El arte de perder de Elizabeth Bishop
He leído que no mueren las almas de Anna Ajmátova
En esta noche, en este mundo de Alejandra Pizarnik
Ya no será de Idea Vilariño
Soy vertical, pero preferiría ser horizontal de Sylvia Plath
No creo poder tocar el cielo con las manos de Safo
La poetisa norteamericana
Emily Dickinson nació en Amherst,
Nueva Inglaterra, en 1830. Estudió en la Academia de Amherst y en el Seminario
Femenino de Mount Holyoke, Massachusetts, donde se formó en un ambiente
calvinista muy rígido, contra el que manifestó un obstinada rebeldía, pero que
impregnó profundamente su extraña concepción de Universo.
Emily
Dickinson se aisló muy pronto del mundo y no admitió, a partir de entonces,
entrar en contacto con nadie que no estuviera a la altura de sus conocimientos
y de sus afectos, como lo estuvieron, por ejemplo, sus cuatro preceptores :
Benjamin Franklin Newton, quien le hizo leer en edad muy temprana a Emerson, y
luego el reverendo Charles Wadsworth, el escritor Samuel Bowles y el Juez Otis
P. Lord, con quienes mantuvo una correspondencia abundante y asidua a la que
hoy recurren todos aquellos que desean ahondar en la aventura espiritual de tan
peculiar personalidad.