Es en el territorio de lo vislumbrado donde descubrimos que la llama que ha prendido en muchas de las imágenes icónicas de nuestro arte surge de la pulsión de Eros y que las falsas sirenas que las protagonizan siguen igual de vivas en nuestro imaginario que hace doscientos o dos mil años, sean la representación de la mujer como ser fatal o el recuerdo de un amor extinto.