A Ramón Pérez Carrasco siempre le han llamado Monchón. Lo lógico hubiera sido, quizá, llamarle por su diminutivo, pero sus 130 kilos de peso le aumentaron el mote desde el colegio hasta hoy. Monchón es gordo y rebelde, trabaja como crítico gastronómico y a veces querría desaparecer pero no puede. Observa la vida desde el prisma deforme que le da su aspecto físico, con los resquicios de los traumas de la infancia y los complejos que le asaltan en esa edad crítica en la que crees que sigues siendo joven, pero ya nos hasta el punto de sentirse el protagonista de una comedia y una fábula contemporánea, en la que mezcla la obsesión con el placer de una forma muy propia y permanentemente confusa.