«Hace veinte años, en El nacionalsocialismo como tentación , me ocupé de qué pudo haber inducido a tantos alemanes a abrazar aquel terrorífico espectro. Las razones fueron muchas, pero la principal fue el propio Hitler, un brillante manipulador populista que sostenía y que probablemente creía que la Providencia lo había elegido como salvador de Alemania, que él era el instrumento de la Providencia, un líder a cargo de una misión divina. Dios había sido reclutado en la política nacional ya antes, pero el éxito con que Hitler logró fundir dogma racial y cristianismo germánico fue un elemento inmensamente eficaz en sus campañas electorales. Algunos reconocieron los peligros morales que encerraba la mezcla de religión y política, pero muchos más fueron quienes se dejaron seducir. Lo que mayormente garantizó su éxito, en particular en las zonas protestantes, fue su transfiguración pseudorreligiosa de la política. Los alemanes moderados y las elites alemanas subestimaron a Hitler, suponiendo que la mayoría de los electores no sucumbiría a su sinrazón maniquea. creyeron que nadie iría a tomarse en serio su odio y su mendacidad. Se verificó lo contrario. La gente se dejó subyugar por la artera transposición nazi de la política en el espectáculo minuciosamente escenificado de una misa marcial bajo banderas flameantes.
Fritz Stern es profesor emérito de la Universidad de Columbia y autor de varios libros, entre los que destacan The Politics of Cultural Despair (1963), Gold and Iron: Bismarck, Bleichroder, and the Building of the German Empire (1977), La Alemania de Einstein (1999) y Five Germanys I Have Known (2006).