Antonio Garrido Moraga en SUR. LA España de 1934, en la que gobierna una coalición de centro-derecha, se encuentra en fase claramente revolucionaria después de los sucesos de Asturias y de Cataluña; el espíritu de revancha, la violencia, las ganas de venganza están cada día más presentes en la vida cotidiana. El gobierno de la República se ve superado por los extremos y el mínimo equilibrio imprescindible es una utopía, un deseo que se hace frase en la boca de los políticos pero que no consigue nada en la realidad cruel y espantosa del discurrir de un país condenado al enfrentamiento fratricida.. . Un barrio de Málaga, cualquier barrio proletario en el que las familias se hacinan en los corralones; míseras habitaciones con vistas al hambre y la desesperación. El paro es el pan de cada día y las diferencias sociales son tan tremendas que el trágico enfrentamiento se ve venir y no es necesario ser adivino para hacer pronósticos. Los llamados obstáculos tradicionales están ahí: los curas y las monjas, los ricos -chupasangres del que sólo puede dejarse el alma en trabajos de enorme esfuerzo y casi nula remuneración-, una parte importante del ejército y otros grupos; todos ellos deben ser exterminados pero la violencia es ciega y golpea muchas veces sin saber a quién.
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