La cultura del amor a uno mismo desconoce la fisonomía constitutiva de la alteridad que expresa la verdad de la vida personal. En el ámbito de la experiencia religiosa, este desconocimiento genera una pragmática emocional que separa la confesión y la vivencia de la fe. El creyente está invitado a repensar en Cristo la vitalidad de su fe en sintonía con la íntima vinculación entre la constitución relacional de su vida personal como búsqueda de sí y el don divino de la filiación. Una forma concreta de hacerlo es atraer la atención de la teología de la fe sobre la empatía, pues la verdadera realización de la identidad del hombre como ser en relación lleva inscrita en sí la apertura a quien se deja recibir y reconocer como el Trascendente personal.