Mientras que la cercanía del año 1000 d. C. llevaba a algunos a profetizar el fin del mundo, Hugo Capeto, Duque de Francia y Conde de Orleáns, movía con esmero las últimas piezas que le conducirían al trono de Francia. Difíciles parecían los obstáculos que habría de superar, pero insignificantes en comparación a la recompensa que le aguardaba. Sus hijos, su ejército, su pueblo, habrían de hacer frente a una ambición que no conocería límites y a un futuro que vendría cargado de sacrificios. La guerra pronto empezaría a fraguarse en cada rincón de sus nuevos dominios y viejos enemigos aguardarían impacientes la caída de su reinado. En un presente que sólo conoce de conspiraciones y tramas, el amor se convierte en la única esperanza para aquellos que habrán de someterse a la voluntad del ambicioso monarca. Agosto de 987 d. C. Adalberón, arzobispo de Reims, ciñe la corona del trono de Francia sobre la cabeza de Hugo Capeto. Traiciona así las aspiraciones del legítimo heredero, Carlos de Lorena, último descendiente directo de la dinastía carolingia. Lejos de allí, al amparo de la bruma de las costas normandas, Verania Capeto llora su exilio atrapada en los brazos del eterno enemigo. Sabe que pronto empezará la guerra y que el nuevo caudillo del ejército de su padre, el caballero Conrado de Concoret, será el encargado de blandir la espada que someta a todo su reino. Sin embargo, no será una victoria fácil, pues la traición y la codicia se esconden en cada corazón y en cada esquina...