Su autor, Carlos Díaz Hernández, dice: "Se escribe cerca probablemente del epílogo de mi vida, pero no en su ocaso, sino en su madurez. Hace falta haberse equivocado mucho para escribir con la ingenuidad profunda y a la vez sencilla del niño, por eso siempre me acuerdo del humilde Kant, que situaba la madurez a partir de los setenta años, acaso para justificarse de haber escrito él mismo tan tarde su Crítica de la razón pura". Señala que "ha llegado tarde a la comprensión de que siempre ha sido un psicólogo porque siempre ha sido un filósofo; pero ahora entiendo plenamente que la filosofía es una terapia existencial. Esta convicción la he reforzado desde hace algunos años estudiando psicología. Si antes, como filósofo, lo presentía, ahora como psicólogo, además, lo siento en mi más íntimo ser. Los malos psicólogos que he conocido y padecido han sido malos o nulos filósofos, y los malos filósofos que he conocido y padecido han sido malos o nulos psicólogos. Quizá por esta evolución personal no haya redactado ningún libro más mío que éste. Me parece que tengo derecho a escribirlo y me siento agrade