La miel es el relato del abandono de la gran ciudad con «todas esas uñas delante de la boca» y del regreso a los sabores y lugares de la infancia, a un pueblo donde vivían mil doscientas personas y ahora solo quedan nueve, uno de ellos el hermano del autor.
La miel es la historia del rudo amor entre esos dos hermanos. Pero no solo es eso: es una película, el amarcord de una aldea abandonada; es la odisea silenciosa de esos últimos habitantes, esos nueve; es un canto a la civilización campesina, a los últimos ancianos; es el réquiem por su extinción.
La miel es una rareza, un libro mágico, inagotable, que recoge como hojas secas, como agua de lluvia, las visiones, maravillas y miserias de los últimos días de un puñado de ancianos en su aldea.
La miel es un libro de cuentos. La miel es poesía. La miel es un milagro.
Para Tonino Guerra, La miel fue también el regreso a la poesía en verso, y al dialecto romañolo como lengua poética.
Tonino Guerra nació en 1923 en Santarcangelo di Romagna, cerca de Rímini, en la Romaña, y fue uno de los guionistas italianos mejor dicho, europeos más reconocidos del siglo xx. Basta citar algunas de las más de ochenta películas Amarcord, Y la nave va, Ginger y Fred o Cristo se detuvo en Éboli en las que colaboró con directores como Fellini, Tarkovski, Antonioni o Vittorio de Sica. Tras pasar por un campo de concentración nazi, trabajar durante más de treinta años en el cine en Roma y casarse en Rusia, volvió a su tierra natal y se instaló en Pennabilli, donde cultivó la poesía en sus más variadas formas hasta su muerte en 2012.